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miércoles, 9 de octubre de 2013

Autorretrato lingüístico: "de Bilbao, de toda la vida..."

retrato lengua

Con motivo de la celebración del Día Europeo de las Lenguas (26 de septiembre), invitado por @londones a participar en un blog creado al efecto y, espoleado por los preciosos textos de @jlbracamonte y @lourdesdomenech, -todos ellos compañeros y, sobre todo, amigos- me atrevo a arañar superficialmente en mis recuerdos, dejándome acompañar de esa “ciega abeja de amargura”.
De Salamanca (José Luis Sánchez) a Blanes (Lourdes Domenech) y de Blanes a Bilbao. “De Bilbao, de toda la vida...”, bueno, desde hace medio siglo y, como tantos, a caballo entre Vizcaya (Bizkaia) y Palencia (Palencia). De padre sestaoarra -¡aúpa Kaiku!- y de madre palentina –sí, chiguito, sí-, en mi casa siempre han convivido pacíficamente el euskera y el castellano… Digo pacíficamente porque, en una familia monolingüe -absolutamente castellano-parlante- siempre han estado en el aire y hemos respirado palabras en español y en vascuence. Es curioso, en esta tierra siempre han estado marcadas política, social y culturalmente palabras como euskera, vascuence, vasco frente a castellano o español. En mi cerebro infantil resonaban frases como “el chiguito corito se escolingaba por el arambol” y “bat, bi, hiru, lau, bost, sei, zazpi… euskaldunak, irabazi, aurrera!” y las entendía perfectamente y sin aspavientos –curiosa palabra, por cierto- tras la pertinente y necesaria traducción simultánea: “el niño desnudo se deslizaba por el pasamanos (de la escalera)”, “uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… ¡los vascos ganamos, adelante! Cuando uno desde pequeñajo come “carramarros” –karramarro, ´cangrejo´-, tiene el estómago “larri” –larri, angustioso, apremiante, grave´- y se queda “neque” en el coche -neke, ´cansado, fatigado, agotado´- no entiende los problemas políticos que crean los adultos, máxime cuando las primeras palabras que escuchó en euskera fueron “etorri hona!” (´¡ven aquí!´) en boca de Pablo, el portero de la finca de al lado, que hacía mucho tiempo que había venido de Salamanca…
Y llegó la escuela y “yo fui a EGB”… Por aquel entonces y –supongo- que por motivos políticos y de vecindad- estudié francés porque así lo quiso mi madre. “Je suis, tu es, il est…”, "Qu'est-ce que tu fais?" son expresiones que comenzaron a sonar familiares en mi vida diaria. Y llegó el instituto y con él dos lenguas más : el latín, porque así lo exigía el antiguo BUP y el inglés, porque así lo quiso mi madre. "Dimidium facti qui coepi habet", se entremezclaba con "I´am Marcos, a new student" ”y la vida siguió, /como siguen las cosas/que no tienen mucho sentido”, como los conceptos de contaminación lingüística, lengua común, interferencia lingüística, dialecto… en la esponjosa mente infantil. Y en los años ochenta, llegó la Universidad y nuevas lenguas, nuevos ojos para comprender el mundo… Por motivos de formación académica llegaron mis primeras palabras en italiano –recuerdo mi primera frase: "Il libro è giallo"; por cierto, ¿alguien ha visto alguna vez un libro amarillo?-; por motivos profesionales, profundicé en la lengua de Bernat Etxepare: “hegoak ebaki banizkio, nerea izango zen”; y por motivos familiares, dejamos Palencia y nos trasladamos todos los veranos a Blanes, donde mis sobrinos me pedían “una pastanaga” y me repetían una y otra vez “plou poc, pero para el poc que plou, plou prou” o “a cap cap cap que Déu deu deu durus” (“llueve poco, pero para lo poco que llueve, llueve bastante”, “en ninguna cabeza cabe que dios deba diez duros”).
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Y, casi sin darnos cuenta, estamos en 2013 y ayer –sí, ayer, casualidades de la vida-, ayer mismo, comentaba con unos amigos que es muy frecuente en Euskadi usar expresiones como “dinero atrás” para referirse a la pedrea de la lotería nacional; “descambiar una camisa”, por cambiarla; “al cabo de año” para conmemorar el aniversario de un fallecimiento... expresiones que no son fácilmente entendibles fuera de nuestras fronteras, pero que aquí gozan de una vitalidad envidiable. Y es que, aunque uno haya estudiado Filología Hispánica, nunca deja

de aprender, incluso en su propia lengua materna. Recuerdo que, no hace muchos años, entendí cabalmente por qué aquella asignatura en la que hacíamos circuitos eléctricos con pilas de petaca, figuras del ajedrez con pastillas de jabón Chimbo o copiadoras con glicerina y no recuerdo qué más productos… se llama Pretecnología; sí, sí, pre-tecnología, como ahora los chicos de la ESO estudian Tecnología… No hace mucho que comprendí la anáfora, epanadiplosis o cualesquiera figura de repetición fónica de que se trate que contiene el nombre de uno de los personajes más queridos de mi niñez y de mis añorados Chiripitifláuticos: el capitán Tan… Aún sigo admirado por las explicaciones que mi maestro de Latín, un extraordinario catedrático –hoy emérito- Don Santiago Segura Munguía, nos desgranaba en la Universidad; gracias a él, descubrí la magia de la etimología y entendí el significado de palabras como “estraperlo”, “capicúa”, “gringo”, “trabajo”, “laxante” o “lavabo”…

Decía Don Miguel de Unamuno “Filología es filosofía” y recuerdo ahora que una antigua profesora universitaria nos decía siempre que las lenguas “son gafas que nos permiten ver el mundo de una manera determinada”. Mi mundo, mi vida toda, está teñida de ideas, expresiones y palabras del castellano, euskera, francés, inglés, latín, italiano, catalán… y espero seguir tiñendo mi realidad con una paleta llena de colores, rellena de matices y pletórica de vida…

Marcos Cadenato, coautor del blog Tres Tizas  

(Este post se ha publicado simultáneamente en este blog y en Tres Tizas)

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