@jblasgarcia
Nací hace 54 años en Férez, provincia de Albacete (por entonces, hermana de Murcia, con la que formaba Región).
Lo confieso: cuando nací no sabía hablar, o por lo menos no lo recuerdo. Será porque nací ochomesino y mi madre, por mucho que se quería contener en el parto y apretaba "padentro", yo hacía fuerza "pafuera" con esa urgencia con la que me tomo todas las cosas en mi vida y, posiblemente, causado por un azogue incontenible que me remueve desde el vientre uterino y que ha marcado un sino en mi vida: mucho correr para llegar al mismo sitio.
Cuando nací, sencillamente me escurrí y me topé de bruces en una manta que la tía Julia, partera de ocasión, había puesto en el suelo para que a mi madre, en cuclillas (en cuNclillas, como decía ella, en esa pasión fereña por añadirle, quitarle o modificar letras a cualquier palabra) le fuera más fácil la acción de que viera la luz su primogénito.
Al mismo nacer escuché las primeras expresiones o locuciones en forma de "qué pequeñico" "Ay, mi Blasico" "ponle la mano en el cocote,... no se nos vaya a esnuclar", y mis oídos comenzaron a educarse a ese soniquete que más tarde formaría parte de mi prosodia particular, con la que finalizamos cariñosamente con un -ico cualquier palabra que utilizamos.
Anduve un mes de agosto encanijao, fruto de la necesidad de tiempo (esa joya que continuo apreciando como un tesoro) para madurar lo que mi naturaleza hiperactiva le había robado al desarrollo normal en el vientre materno. A los 30 días esponjé, y ya, por fin, mi madre me paseaba por la Corredera -la plaza más popular de mi pueblo- orgullosa de su zagal o muchacho, que las dos apelativos hacían referencia al mismo objeto: un servidor.
Durante el tiempo de clausura obligada por la inmadurez de mi cosntitución, aprendí que pertenecía a la familia de los morceguillos o de los monecillos, descubriendo tempranamente la tendencia del habla local a transformar las palabras. Lejos de hacer referencia a los murciélagos pequeños, en mi pueblo le llamaban a mi familia parterna así por causas bastante diferentes que os paso a relatar: mi abuelo José, el carpintero, era sacristán de la parroquia, y tanto mi padre como sus hermanos, todos fueron monaguillos. De monaguillo a monecillo, y de ahí a morceguillo, realmente, la diferencias vocálicas y consonánticas son mínimas. No le vamos a echar cuentas al cambio de sílabas.
También enseguida me acostumbré a que los fereños tenían nombre y sobrenombre (los pelechas, el pajillas, el maguillas, el montera, la socoveña, el cándiles, los maquinantes, los carlistas...) o nombre con complementos (la Matilde de Hilario , la Carmen de Fulgencio, la Rosica de la Crescencia, el Pepe de la Paz, ...), siempre con su artículo delante, que por más que se tratara de nombres propios la utilización de un determinante le da consistencia y realidad al nombre, construyendo así una morfosintaxis fereña muy peculiar.
Los fereños nos perdimos las influencias ibéricas, prerromanas, romanas, árabes y hasta mozárabes, pues, en condición de pueblo fronterizo con los reinos musulmanes, sus habitantes fueron acosados y aniquilados, por reyes aragoneses y castellanos por igual, en varias ocasiones en los periodos de la reconquista. Después de mil y un intento, y tras la promulgación del sucesivos fueros, se consiguió que la población se asentase y que familias aragonesas y castellanas repoblaran el municipio. De esta forma, el aragonés fue el acento de formación de un pueblo que, hasta bien entrado el siglo XVI, no fue reconocido como villa por Felipe II. Ya en mis tiempos de zagalote, me dí cuenta que los fereños teníamos unos giros y expresiones diferentes a los vecinos socoveños, letureños o elcheños, acompañadas de un soniquete cantarín pleno de perversas acentuaciones, vocales abiertas hasta la exageración y final de plurales con eses que existen pero no se declaran abiertamente.
Mi infancia estuvo llena de vocablos peculiares, que generó la lexicología de un pueblo pequeño, cerrado y endogámico, con algunas palabras diferenciadas del resto del castellano colindante: aletría por fideos, chambi por helado-granizado, arcancil por alcahofa, esfarrarse por resbalar o caballón por espacio entre los surcos de la tierra, falluto por huero o caparra por garrapata - que recuerde a bote pronto-. Otras, automáticamente le cambiamos el significado (cernacho utilizado como jaula), y a otras, las más, le añadíamos, eliminábamos o permutábamos fonemas (cequia por acequia, cera por acera, esnuclar por desnucarse, esfaratar por desbaratar o descambiar por devolver), con la tranquilidad de pensar que cada uno habla como quiere...o como puede.
En mi autorretrato lingüístico no pueden faltar mis errores pesonales de pronunciación. La inexistencia de logopedas hace 50 años, hizo que hasta bien cumplidos los 13 o 14 años no supiera pronunciar bien el fonema "erre". La posición alveolar de la misma la tenía más que ensayada, pero la punta de la lengua se me iba hacia los dientes, transformando la "erre" en una "d". Así, a mis hermanos, durante muchos años, le llamaba EnDique, Doberto y Damón. Dado tal desaguisado , no me quedó otro remedio que hacer un esfuerzo máximo para recuperar sus nombres originales, Si bien, muy pronto, y de modo natural, tenía localizada la posición alveolar de la lengua, la dichosa vibración sonora solo la desarrollé por medio de una tenacidad inusitada de un autologopeda en ciernes, que nunca acabé de formar, seguramente por hartazón - otro giro local, por hartazgo- de aquella época.
En mi autorretrato lingüístico no pueden faltar mis errores pesonales de pronunciación. La inexistencia de logopedas hace 50 años, hizo que hasta bien cumplidos los 13 o 14 años no supiera pronunciar bien el fonema "erre". La posición alveolar de la misma la tenía más que ensayada, pero la punta de la lengua se me iba hacia los dientes, transformando la "erre" en una "d". Así, a mis hermanos, durante muchos años, le llamaba EnDique, Doberto y Damón. Dado tal desaguisado , no me quedó otro remedio que hacer un esfuerzo máximo para recuperar sus nombres originales, Si bien, muy pronto, y de modo natural, tenía localizada la posición alveolar de la lengua, la dichosa vibración sonora solo la desarrollé por medio de una tenacidad inusitada de un autologopeda en ciernes, que nunca acabé de formar, seguramente por hartazón - otro giro local, por hartazgo- de aquella época.
Con 12 años marché a estudiar a Hellín, donde los acentos manchegos modificaron mi fonética. Si bien me libré de un distintivo clave del acento manchego (la aspiración de las eses y zetas), seguramente agudicé la eliminación de la "d" intervocálica al final de todas las palabras.
La configuración total de mi lengua oral se formuló a los 18 años, cuando me trasladé a Murcia. He de reconocer que el acento murciano y las influencias del panocho (ni siquiera el popular "acho pijo") calaron profundamente en mi. Sin embargo, vivir casi dos tercios de mi existencia en Murcia, me ha dejado una huella lingüística con percepción dispar: lo amigos de fuera de Murcia que me escuchan hablar no me reconocen como murciano y, por contra, cuando oigo una grabación con mi voz, me digo a mi mismo ¡vaya acento murcianaco que tienes!. En fin paradojas y contradicciones entre la lengua vivida o sentida.
La configuración total de mi lengua oral se formuló a los 18 años, cuando me trasladé a Murcia. He de reconocer que el acento murciano y las influencias del panocho (ni siquiera el popular "acho pijo") calaron profundamente en mi. Sin embargo, vivir casi dos tercios de mi existencia en Murcia, me ha dejado una huella lingüística con percepción dispar: lo amigos de fuera de Murcia que me escuchan hablar no me reconocen como murciano y, por contra, cuando oigo una grabación con mi voz, me digo a mi mismo ¡vaya acento murcianaco que tienes!. En fin paradojas y contradicciones entre la lengua vivida o sentida.
Así he llagado hasta hoy, que a falta de influencias del francés (que a duras penas farfullo), ni del inglés (que en mis tiempos de estudiante no era tan necesario aprenderlo), sigo arraigado a mis giros familiares, a riesgo , incluso , de convertirme en un des-lenguado.
Será por ello que al olivo continúo llamándole olivera y a su fruto, oliva; que a romper algo en el suelo le llamo esclafar y cuando se me oxidan los metales digo que se me han enrobinao, y en las ocasiones que voy poco cuidado en el aspecto físico, comento que voy hecho un esjalichao. Todavía, si quiero poca azúcar en el café pido que me pongan una miajica y en invierno, cuando el fuego lo avivo en la chimenea, exclamo orgulloso ¡mira que buen sagato he generao!. A veces, si me esfarro y me caigo en la calle, lo que me pasa es que me doy un trapajazo y, si evito caerme, suspiro pensando que me he librado de refilón.
Sí, soy monolingüe y, por tanto, mal ejemplo para promover la importancia del aprendizaje de idiomas, pero, al mismo tiempo, soy consciente, y por ello este autorretrato, que la diversidad lingüística y cultural de Europa es un patrimonio insustituible para suavizar la incomprensión de los pueblos. El lenguaje es pensamiento y el pensamiento se transforma en sentimientos. Solo a través de los sentimientos somos capaces de ponernos en el lugar del otro, del refugiado, del diferente, del excluido o del ignorado.
En fin, un autorretrato lingüístico que hago para mis amigos, que saben que soy así, simple pero intenso y comprometido, y que le pongo tanta pasión a las cosicas que hago, como orgulloso estoy de mi historia, mi familia, mis amigos y mi profesión. Sirva para visibilizar el próximo 26 de septiembre el día europeo de las lenguas.
Nota: Todas las imágenes de este post son imágenes de Férez y han sido extraídas del Grupo de Facebook, Fereños por el mundo, siendo varios sus autores a los que agradezco su cesión.
Te estaba leyendo y te estaba viendo, precioso autoretrato.
ResponderEliminarGracias amiga. Un besazo.
EliminarTe estaba leyendo y te estaba viendo, precioso autoretrato.
ResponderEliminarA ver si tengo un año la suerte de hacer espuerta contigo e intercambiamos giros, palabras, canciones y algún trago de la bota, majo. Qué bueno el autorretrato.
ResponderEliminarQuerido José Luis, eres maestro y horizonte. Haremos espuerta, que cernacho, por muy espuerta que sea también, en mi pueblo le utilizamos como jaula para guardar caracoles o los vencejos atrapados con mijo. Será un placer intercambiar lo que sea. El vino, en la bota (no me fío de echarme encima algún lamparón) o en la copa, que uno ya se ha refinado tanto y se ha vuelto medio jili..., que si no percibe el color que dejan los taninos, el olor a la barrica de roble a vainilla, los sabores a frutos rojos, la untosidad, la complejidad, la persistencia en el retrogusto ...y otras mariconadas del estilo...ya no se toma una trago tranquilo. jajajajaja . Un abrazaco.
EliminarSOBERBIO. Me has hecho volver a nuestras raíces
ResponderEliminarMuchos recuerdos de vidas paralelas que me han evocado el listado de palabras de mi pueblo, muchas de ellas ya casi olvidadas. Fenonemal!!!
ResponderEliminar¡Que bonico Blas!Ya te imaginaba de chico jugueteando en los merciores o con la zompa.
ResponderEliminarGran iniciativa.
Los merciores...qué bonica palabra!! jajaja. Gracias Natalia. Anímate a escribir algo. Venga!!
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